– ¡Te digo que no, Benja! Fijate que en el equipo de Leyendas juega Pirlo y debería estar Redondo, que para mi papá era un fenómeno.

– Dame la tablet que no entendés nada. Voy a buscar a Maradona para que juegue ahí.

– Cada vez que me quedo a dormir en tu casa, hacés lo que querés. Si llegás a perder otra vez nos van a mandar a la Liga B, nos van a bajar el presupuesto y no podemos comprar más jugadores, ¿entendés?

– Está bien, tomá. Pero hablá bajito que mis papás duermen.

– Pero si recién los escuché haciendo ruido.

– ¿Al lado? No, esos deben ser los vecinos. La habitación de mis papás está del otro lado.

– Ah.

– ¿Qué ruido escuchaste?

– Como cuando alguien busca un tenedor o una cuchara en el cajón de la cocina.

– ¿Seguro?

– No sé, nene. No vivo acá. No conozco bien los ruidos.

– Al lado vive una mamá con dos hijos como nosotros. Una nena y un nene, pero casi nunca los escucho. A veces los nenes lloran bajito. O eso me parece.

– Pero están vivos, ¿no?

– Pero claro. Son silenciosos nada más.

– …

– ¿Y ese ruido?

– No es el ruido que te había dicho. Este es otro, un poco más fuerte.

– ¿A esta hora? Son… A ver… Las 3.

– Y es de noche noche. Parece que hay viento, ¿no?

– ¿Por qué lo decís?

– ¿No escuchás que se mueve el árbol?

– Se mueve, sí. Me voy a asomar por la ventana.

– ¿Por qué mejor no abrís un poquito la persiana y mirás por los agujeritos?

– Sí, mejor. Tenés razón. Pero ayudame a levantarla porque la soga es dura. Dale, vení. Dejá la tablet.

– Voy, voy.

– Dale fuerte, pero no tanto. Solo para ver un poquito.

Nino se levanta de la cama y camina hacia la ventana, a unos cuatro o cinco pasos de distancia. Benja ya tiene la cinta tomada con una mano y con la otra le marca a su amigo dónde debe poner las suyas para tirar. Los dos, sin embargo, se quedan paralizados porque los ruidos de la casa de al lado se escuchan más fuerte. Benja suelta la cuerda y se acerca a su amigo. Quedan hombro con hombro. Bajan la voz al mínimo posible. Tienen un miedo que les va creciendo desde el estómago. Un cosquilleo que los abruma. Casi no respiran. Nino mueve un pie para sentirse vivo. No parpadean. Benja le susurra:

– ¿Están serruchando?

– Parece.

– El árbol.

– Pero no es el ruido de un serrucho.

– Es más despacito.

– Sí.

– Como un cuchillo.

– Sí. ¿Pero un cuchillo cortando un árbol?

– ¡Shhhh! Hablá más bajito.

– No puedo más bajito, nene.

– Abramos la ventana.

– ¿Estás loco?

– No vamos a estar así toda la noche.

– Esperemos que terminen.

– Pero no sabemos cuándo va a pasar y tampoco qué están haciendo.

– Y qué importa.

– Dale, vení. Agarrá la cinta y tiremos juntos.

– Bueno… ¿Y si mejor les avisamos a tus papás?

– No, vamos. Es mover apenas la persiana para ver por los agujeritos. Un poco más, dale. Eso.

– Ahí está bien.

-No, más. Un poco más. Ahí está, ahí está. Pará ahí.

– ¿Qué hay?

– A ver… Sí, están cortando las ramas del árbol con un cuchillo. Es que se les mete casi en el balcón.

– Bueno, listo. Ya sabemos qué es. Volvamos a la cama.

– Es la mamá la que está cortando.

– ¿Y?

– Eso.

– ¿Está sola?

– Mmmmm

– ¿Qué?

– Están los nenes. Le sostienen dos platos.

– ¿Eh?

– Eso, ¿sos sordo? La mamá corta las ramas con el cuchillo y los nenes le sostienen dos platos. Uno cada uno. Les está sirviendo las ramas con las hojitas.

– Mentira.

– Te lo juro. Mirá.

– ¡Qué raro!

– No te estaba mintiendo, viste.

– Los nenes parecen contentos.

– ¿Y?

– ¡La mamá está comiendo una hoja! ¡Una hoja!

– ¡Cerrá, cerrá! Bajá la persiana.

– Ya voy, esperame.

– Que no se den cuenta.

– Creo que no se dieron cuenta.

– Qué bueno. Dale, juguemos un rato más antes de dormirnos.

– Sí, hasta que se haga de día, mejor. Ya no tengo sueño.

– Yo tampoco.